Etimología de MERLINCOCAYO

MERLINCOCAYO

La palabra merlincocayo no figura en el diccionario porque es una creación burlesca del siglo XVII que no ha tenido continuidad. La emplea Quevedo en escritos satíricos para burlarse del cultismo ("culteranismo", decían en la época, por herético, como luterano, palabra que sí sobrevivió) excesivo de que hacía gala don Luis de Góngora. Pero merlincocayo no ha seguido usándose y a veces puede resultarnos la broma ininteligible cuando lo leemos en el siglo XXI. No era así en su día. Cuando los clásicos se inventaban una palabra solían dejar unas pistas para que el lector entendiese adónde se dirigían. En el XVII hubo una verdadera inundación de neologismos (o neónimos, siguiendo a Manuel Javier Amaro) creados por la feraz imaginación y sólida cultura de los literatos barrocos. Un acicate para esa proliferación neonímica fueron las polémicas en las que se enzarzaban, y la pertinaz de Quevedo con Góngora produjo un sinfín de ingeniosas piruetas lingüísticas por una y otra parte, pero, al menos por parte de Quevedo siempre parece haber habido una intención clara de ser entendido y sus contemporáneos de seguro que lo hacían.

El origen de la palabra viene de la zona de Padua, en Italia. Se había puesto de moda una literatura entre los goliardos (clérigos de órdenes menores, estudiantes hambrientos que componían latinajos para buscarse la vida) que llamaban en latín macaronea porque estaba hecha para ganarse un plato de macarrones. A finales del s. XV Michele di Bartolomeo degli Odasi (Typhis Odaxius) había escrito un Carmen macaronicum de patavinisis "cántico macarrónico de los paduanos" en el que caracterizaba a los goliardos de secta macaronica y se convirtió lo macarrónico en un género bufo que tuvo gran aceptación entre los estudiantes de latín en los siglos posteriores. Había habido un fraile literato en la misma zona de Mantua, Padua y el Véneto en el siglo XVI que había popularizado unas composiciones jocosas en esta lengua macarrónica, latín entreverado con dialectos italianos del norte, donde decía cosas como sbadacchiant homines "los hombres se apuntalan (= se levantan)"... librorum ad studium chiamat campana scolaros "la campana llama a los escolares al estudio de los libros". El fraile se llamaba Teófilo Folengo y firmaba sus obras con el seudónimo de Merlinus Cocaius, conocido en italiano como Merlin Coccajo y en español y catalán como Merlín Cocay.

De aquí sacó Quevedo el adjetivo merlincocayo, con una variante merlincocaico que no altera la estructura silábica, para motejar esa manera de escribir que sin decir nada especialmente enjundioso, lo que dice lo hace con lenguaje sonoro, un tantico rimbombante y con intención declarada de que quede hermoso aunque fuera en detrimento de la inteligibilidad, y para ello hispaniza latinajos que habían de escandalizar a los amantes del lenguaje enjuto, recio y castizo. Con tanta culta latiniparla le quedaban los escritos a los culteranos como si los hubiese redactado Merlín Cocay. Así dice Francisco de Quevedo defendiéndose de las pullas sobre su cojera y contraatacando con un remedo del culteranismo de Luis de Góngora que juzga anticuado:

A los pies de Quevedo
estás siempre en soneto y remoquete:
Luisillo, cosas tienes de juanete.
Musas merlincocayas bisabuelas,
meted al viejo adunco, si canoro,
vuestros corchos por uno y otro poro.

El último verso es el 924 de la Soledad primera de Góngora, que Quevedo reaprovecha para pedirle a las anticuadas (bisabuelas) musas del lenguaje macarrónico (merlincocayas) que a ese viejo encorvado (o narizón, adunco en origen es "como un gancho"), como se atreva a volver a cantar, le metan un tapón de corcho por la boca para evitar la verborrea de latinajos y otro por detrás para cortar la diarrea de su lenguaje escatológico.

En otra ocasión se permitió crear el verbo merlincocaizar en el endecasílabo merlincocaizandonos fatiscas, que vendría a ser "con tu lenguaje propio de Merlín Cocay nos tienes aburridos ya" y se encuentra en el soneto que, no sin implorar clemencia por tamaña osadía, sin perjuicio del excelente análisis de Ignacio Arellano de 1984 -del que he sacado no poco en claro-, me atrevo a copiar y glosar a continuación:

¿Socio otra vez? ¡Oh tú, que desbudelas
del toraz veternoso inanidades,
y en parangón de tus sideridades,
equilibras tus pullas paralelas!,
por Atropos te abjuro que te duelas
de tus vertiginosas navidades,
que se gratulan neotericidades
(y) craticulan sentas bisabuelas.
Merlincocaizando nos fatiscas
vorágines, triclinios, promptuarios,
trámites, vacilantes icareas.
De lo ambágico y póntico troquiscas
fuliginosos vórtices y varios,
y, atento a que uvificas, labrusqueas.

("Pero, bueno, ¿otra vez usando la palabra socio? A ti, que desembuchas
desde tu cutre interior vaciedades,
y que llevas a la par la pretensión del elevado estilo
y la bajeza de las pullas,
por la parca Átropos que corta el hilo de la poca vida que te queda te conjuro a que te avergüences
de tus mareantes chocheces de vejestorio
que pretende autocomplaciente enriquecer el lenguaje con neologismos
y lo que hace es rastrillar asperezas obsoletas.
Con ese hablar como Merlín Cocay nos estás aburriendo soberanamente,
sobrevolando como Ícaro por encima de palabros como vorágine, triclinio, prontuario,
trámite, vacilante.
Fabricas píldoras con lo más negro y ambiguo,
oscuridades desordenadas y raras,
y creyendo cultivar exquisita uva lo que crías es áspera y silvestre vid labrusca").

- Gracias: Joaqu1n


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