Etimología de JUEZ

JUEZ

La palabra juez viene del latín iudex, iudicis, en concreto de su acusativo iudic(em), que pierde como es habitual la d intervocálica. Se trata de una vieja palabra heredera del viejo género animado indoeuropeo, que conlleva la idea de seres vivos actantes, ambivalentes a toda noción de masculino o femenino. La palabra se compone de la raíz del vocablo latino ius (derecho), procedente del indoeuropeo *yewes- y que también tenemos en palabras como justo, jurar, justicia, jurídico, adjudicar, juicio etc., y de la raíz indoeuropea *deik- del verbo latino dicere (indicar, señalar, decir). Es decir, etimológicamente, iudex, juez quien indica, dice o decide un derecho, algo previamente establecido como norma o ley.

Es cierto que determinadas palabras se han confundido en la mente de las gentes con masculinos, debido a la existencia de determinados usos sociales. Por ejemplo nauta en latín se usa con el valor de marinero, pero sólo porque en aquellas épocas la marinería no era una actividad de mujeres: la palabra tomada del griego muestra un sufijo -ta de mero agente animado, y así vemos que entre los relatos míticos, Atalanta, una heroína griega que participó en la expedición de los Argonautas a la Cólquide, es llamada también Argonauta, como los hombres tripulantes del Argo. Y este valor lo conservamos en palabras como astronauta, cibernauta o internauta, que igual pueden referirse a hombres que a mujeres.

Algo parecido le ha sucedido a la palabra juez. En la sociedad romana de las épocas clásica y posclásica, una mujer podía ejercer todo tipo de profesiones y oficios, independientemente del grado o proporción real en que efectivamente las ejercía, pero de hecho tenemos constancia y testimonio en papiros y epigrafía funeraria (aparte de testimonios literarios) de mujeres "gramáticas" (profesoras de escuelas secundarias), otras que ejercían la medicina, etc. Pero había dos dedicaciones expresamente prohibidas por ley para la mujer: una es la jurisprudencia y el derecho, otra es la dedicación política. Es decir que jamás había mujeres jueces. Esta situación se prolonga en la práctica después durante la Edad Media y siglos posteriores hasta épocas más recientes en que las mujeres ingresan en las judicaturas y demás profesiones jurídicas.

Ya antes de eso se gesta popularmente un vocablo jueza no exento de cierto tono burlesco en origen para referirse a la mujer de un juez y que por eso actúa entre amigas y conocidas con cierta suficiencia y rango, como atribuyéndose una función que, a la sombra del marido, no le corresponde realmente. Y muy recientemente este vocablo se ha aplicado a mujeres jueces y fue asumido por la RAE, no sin ciertas reticencias y retractaciones, que lo asume como existente que es, pero no aconseja exactamente su uso.

Si bien el vocablo ha sido aplaudido y bien acogido por algunos de los sectores de pensamiento feminista que simplemente aplauden sin mucha más reflexión cualquier innovación sufijada en -a, es también bien cierto que muchos sectores del mismo pensamiento abominan absolutamente de él, sólo que quizá no son las voces que más suenan (no siempre los que más gritan o más se oyen tienen más razón o representan la única tendencia). La conservación de un vocablo correctísimo y ambivalente como juez, que es una creación lingüística ejemplar pues no tiene marcadores de género para una acción, la de juzgar, que en nada tiene que vincularse a lo genérico, sino a simples personas pensantes, parece algo digno de tenerse en cuenta. Pero es que hay más: un vocablo como jueza, en tanto no exista "juezo", que marcaría una correcta alternancia entre el agente masculino y femenino, consagra para siempre en la lengua que la raíz iudic- > juez, y por tanto la acción de juzgar, es algo propiamente masculino, y de ahí la necesidad de marcarlo con una -a distintiva si el cargo lo ejerce una mujer. Como tal idea (que el juicio es una facultad masculina) es bastante inadmisible y menos lo es acuñarla para siempre así, muchas somos las que opinamos que tal uso es desaconsejable y entendemos el vocablo como un tanto denigratorio. Entre ellas me cuento y por ese motivo, en tanto el pueblo no acuñe "juezo", respetando la libertad de uso del prójimo, yo emplearé juez en ambos casos hasta que me muera.

Quizá alguien que ignore completamente que cada lengua es un sistema distinto, se plantee por qué hay reticencias para el término jueza en castellano y en cambio en otras lenguas no las hay para una forma específica de femenino. Por ejemplo en catalán, lengua que yo hablo también bastante habitualmente, existe con toda normalidad jutge (juez, varón) y jutgessa, que yo utilizo sin pegas. La razón es bien sencilla: mientras en castellano juez es un vocablo de género animado ambivalente a la oposición masculino/femenino, el vocablo jutge en catalán es plenamente masculino. Y es que cada lengua romance es una remodelación evolucionada distinta y con sus reglas propias a partir del latín: por eso precisamente constituyen lenguas diferentes. Voy a explicar un poco qué sucedió en catalán. Mientras el castellano conservó en líneas generales esa u>o latina para masculinos, la a para femeninos, y las formas en -e o en consonante para animados ambivalentes, en el catalán patrimonial los hechos fueron otros. En catalán se conserva perfectamente la -a de los femeninos latinos, como lupa(m) > lloba, magistra(m) > mestra. Sin embargo, se pierde, por sus propias tendencias fonéticas cualquier otra vocal, lo que hace que se pierdan todas las posibles -o y -e final, dando terminaciones consonánticas para los masculinos, como lup(um)> llop (frente a lloba), amic(um) > amic (frente a amiga), catt(um) > gat (frente a gata), etc. Pero cuando esta pérdida de una vocal final generaba un grupo consonántico final en la palabra bastante impronunciable, se desarrollaba una e de apoyo para esos masculinos consonánticos, como en magistr(um) > mestr >mestre. Es así como el catalán creó su sistema patrimonial de marca de los géneros: masculino sin marca vocálica o -e / femenino -a. A la palabra iutge le pasó eso: a partir de iudic(em) no perdió la d como en castellano, sincopó, y por su grupo final impronunciable asumió la -e final, motivo por el cual desde antiguo fue endosado por analogía a la categoría de los masculinos y perdió ya todo posible valor animado-ambivalente. Y a partir de ahí se impuso la creación de un femenino que el catalán forma muchas veces recurriendo a un sufijo tanto francés como occitano, asumido con la forma -essa (como en princessa), que remotamente procede del sufijo latino -icia.

Cada lengua es cada lengua y tiene su propio sistema morfológico.

- Gracias: Helena

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