La palabra culebrina viene de culebra, del latín colubra, (serpiente, culebra), acompañada del diminutivo -ina, y según el Diccionario de la RAE tiene dos diferentes acepciones.
Antoni de Capmany, político español que fue diputado de las Cortes de Cádiz, escribió en su libro "Questiones críticas sobre varios puntos de historia económica política y militar" que si bien en un principio los cañones solían tomar un nombre de origen onomatopéyico o sonoro (como la bombarda o el trueno), en el reinado de Carlos V las piezas de artillería comienzan a tomar nombres monstruosos, tal vez con una intención ostentativa a la que se refiere como "fanfarronería marcial". Respecto a este supuesto, muchas armas se denominaron con nombres de aves de rapiña, por una parte (sacres, girifaltes, falcones, falconetes, esmeriles o esmerejones). Por el otro lado, que nos interesa más, se dotaron nombres reptilianos e incluso mitológicos (basiliscos, dragones, áspides, serpentines y por supuesto, culebrinas).
A diferencia de cañones como la bombarda, que estaba formada por dos piezas que había que unir una vez cargado el proyectil, la culebrina era de una sola pieza, reduciendo de este modo los escapes de gases que se producían entre la caña y la recámara.
La largura inusual de la culebrina aprovechaba completamente la expansión de los gases de la pólvora. Estas características le proporcionaban mayor velocidad inicial y alcance en el disparo: podía ser incluso de 6.000 metros, aunque a partir de 3.500 metros no parecía ser un fuego de utilidad por su pérdida de precisión y la máxima eficacia se daba a los 400 metros.
Se utilizó por estas razones como armamento naval, por ejemplo, puesto que podía derribar sin dificultades murallas o fortalezas. Pero las culebrinas se emplearon más desde las propias fortalezas, si bien estuvieron en el campo de batalla desde un inicio: las primeras culebrinas, que se usaron a mediados del siglo XV, eran portátiles, que fueron dejadas de lado por los sacres y falconetes, con primacía en el combate.
Se denominaba «legítima» si tenía de largo 30 ó 32 diámetros de su boca y pesaba 81,5 quintales, de lo contrario se llamaba «bastarda». La media culebrina pesaba 46 quintales. De esta bastarda es de donde Geoffroy Tory acuñó el término "lettre bastarde", pues la letra bastardilla o itálica tenía una inclinación que se asemejaba a la de estos cañones.
- Gracias: Álvaro Darriba
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