La palabra preindoeuropeo es un término sobre todo lingüístico, también a veces cultural, formado a partir del vocablo indoeuropeo con el prefijo pre- (del latín prae-, antes de). Y el término indoeuropeo se forma a partir de los nombres India y Europa. India toma su nombre del nombre del río Indo, vocablo autóctono transmitido por griegos y romanos. El nombre Europa del continente pasa desde el griego al latín, pero su origen hoy no se considera griego, sino procedente de alguna lengua anatólica que llamó así a los territorios situados al otro lado de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, desde su óptica minorasiática.
Mientras el significado indoeuropeo alude a una extensa familia de lenguas con parentesco genético que se expandieron por el oeste ocupando las zonas de Europa y por el este hasta la India, y también a los pueblos que las hablaron o las hablan, el término preindoeuropeo no es genético y no alude a parentesco alguno, sino en general a los restos lingüísticos que se detectan simplemente como previos o preexistentes a la expansión de lenguas indoeuropeas. Obviamente no podemos reconstruir el mapa lingüístico de estos territorios antes de la expansión indoeuropea, pero sí tener algunas ideas. Los restos de lenguas previas que conocemos no muestran parentesco alguno, más allá de una coincidencia tipológica en algún caso. Por ejemplo, lenguas preindoeuropeas como el vasco y las lenguas caucásicas coinciden en ser de tipo aglutinante, pero eso no es decir nada y no implica parentesco necesariamente: también son aglutinantes el japonés o el cherokee de Norteamérica, y no tienen nada que ver. Sí se vio desde antiguo un cierto parentesco entre ciertas lenguas no indoeuropeas o preindoeuropeas del norte de Europa, como el estón o el finés de Finlandia, con el húngaro, el turco y diversas lenguas altaicas del Asia Central, hablándose de un grupo uralo-altaico, hoy algo cuestionado, de modo que se prefiere separar como lenguas urálicas a esas europeas, y altaicas a las asiáticas, en líneas generales. Pero esas lenguas no tienen parentesco alguno con otros restos preindoeuropeos de Europa, como son el vasco o euskera, o de las proximidades de Europa como el bereber, o lenguas antiguas desaparecidas de las que tenemos algunos testimonios y conocemos en parte sus palabras, como el ibérico hablado en toda la orla mediterránea de la Hispania prerromana, el ligur, el etrusco (de muy difícil clasificación) o el minoico de la isla de Creta anterior a la invasión del griego micénico. Y todas estas no tienen relación entre sí por mucho que se haya buscado.
Una de las fuentes que permite conocer aproximadamente algún vocablo previo al mundo indoeuropeo lo proporcionan algunas palabras de plantas o productos agrícolas cuyo nombre en latín y en griego clásico guarda una obvia similitud, pero no se trata de un préstamo de una lengua a la otra, y carecen de paralelos tanto en las restantes lenguas indoeuropeas como en las semíticas y anatólicas. Entonces se puede pensar en un nombre previo de alguna de las lenguas preindoeuropeas mediterráneas, sin que pueda saberse de cual, que ha generado el préstamo de un nombre tradicional a las principales lenguas indoeuropeas antiguas del Mediterraneo. Algunos nombres de plantas, flores y algún producto agrícola, como el jacinto, o de árboles, como la palabra encina.
Otra fuente de conocimiento de algunas viejas raíces es el estudio comparativo de los nombres propios geográficos, como topónimos e hidrónimos. Estos nombres a veces son muy antiguos y han pasado por varias culturas, aunque a veces es realmente difícil saber a qué lengua pudieron corresponder, pues no tenemos constancia de ella, otras veces sí la tenemos. Así por ejemplo en España tenemos una raíz torm- que se repite bastante en nombres de lugares y ríos, como Tormes, Tormillos, Torm, Turmell, etc. Hay dudas sobre su significado, que parece asociarse a peñasco desprendido, terrón de tierra o algo así, pero por su reparto geográfico parece ser una raíz prerromana, pero no preindoeuropea, sino indoeuropea celtibérica, por el reparto geográfico que tiene en relación con las áreas de influencia celtibérica. Pero este estudio de topónimos, en general muy interesante, ha dado lugar también a hipótesis completamente descabelladas. Así por ejemplo, la identificación de una raíz sin duda ibérica asociada a nombres de ríos iber- (de ella depende el nombre del río Ebro y la antigua denominación Ibérica), y el hecho de casi coincidir con el vasco ibai (río) junto con un par de coincidencias más, hizo nacer en el s. XIX la totalmente refutada hipótesis del vascoiberismo, que propugnaba que vasco y antiguo ibérico eran una misma lengua: leídos un buen número de documentos ibéricos, que se pueden leer aunque no descifrar, se ve perfectamente que eso es falso. Del mismo modo surgió una hipótesis vascobereber totalmente falsa.
Y la última de esas infundadas hipótesis que está teniendo apasionados defensores entre gentes sin formación lingüística alguna que han oído campanas y no saben dónde, es la del Europeo Antiguo, completamente rechazada incluso por los filólogos vascos. Hubo alguien que se fijó en la amplia repartición de más o menos tres viejas raíces consideradas preindoeuropea, por topónimos españoles, franceses y algunos de los Alpes o del norte de Italia, que son ib- (río), ar-(identificado con valle), y cara- o cala- (identificado con altura, elevación piedra o peñasco), aunque ni siquiera todos coinciden en las mismas áreas de reparto. Y resulta que se encuentran aproximativamente en el vasco ibai, harán y gara. Así que alguien emitió la hipótesis sin más de que habría una lengua madre general europea anterior a los indoeuropeos, y esta sería la lengua madre del vasco actual. Y cuatro gatos andan creyendo por ahí, ya no que hubo una lengua madre del vasco, sino el dislate de que el propio vasco, tal cual, fue la lengua de toda Europa, y andan destripando por ahí todos los nombres geográficos en sílabas, inventando etimologías vascas, diciendo cosas como que todo topónimo que empiece por es- es que viene del vasco aitz (piedra), o barbaridades como que Guadalajara tiene una etimología vasca porque contiene "gara", y encima, aunque sean el hazmerreir de todos los filólogos tanto de cualquier lengua como del vasco, algunos lo publican en artículos de esos que salen en revistas que carecen de todo rigor científico.
El panorama lingüístico de la Europa y el Mediterráneo preindoeuropeo debió de ser de una diversidad enorme, no sólo porque las lenguas de las que tenemos restos no tienen nada que ver entre sí, sino porque la arqueología muestra un auténtico mosaico de culturas sin unificación alguna de carácter cultural o político: piénsese en la diversidad actual y de épocas pasadas, pues aún es mayor en épocas en que la intercomunicación entre los grupos humanos era mucho más infrecuente y difícil. En ese panorama, lo que sí se ha dado siempre ha sido el fenómeno de lo que los lingüistas llaman las "palabras viajeras". Algunas voces pasan de unos pueblos a otros con un cierto contacto, especialmente aquellas que designan algún nuevo producto agrícola que se va extendiendo, o incluso las que se refieren a algunos accidentes geográficos, que son identificados y nombrados por los escasos contingentes humanos que aunque sea poco se desplazan de unos pueblos a otros viajando por motivos comerciales (y comercio, aunque escaso, hay desde tiempos antiquísimos en todas las comunidades humanas). Así por ejemplo, la existencia de la aparición esporádica de una raíz ar-, hipotéticamente asociada a valle, en territorios distantes, puede significar simplemente que las gentes que los habitaron tuvieron ciertas relaciones comerciales entre sí, y no se puede fundamentar una teoría en la coincidencia de tres raíces (ni de tres, ni de seis, ni de veinte).
En cuanto al vasco, la única lengua preindoeuropea que, aun plagada de préstamos del latín y de las diferentes lenguas romances que la rodean, sobrevive en España, se considera por los auténticos filólogos y lingüistas serios, una lengua de generación autóctona por una comunidad humana aislada en su territorio, partiendo de bases lingüísticas bien antiguas, cuyos posibles parentescos con probables comunidades vecinas o la extensión de su posible lengua madre paleolítica, que pudo tener una área algo mayor, nos resulta imposible a todas luces conocer y determinar, pero que probablemente son comunidades cuyos grupos humanos proceden remotamente del norte de África, empujadas hacia el norte por los procesos de desertización del Sahara, y por tanto también serían en último término africanas las protolenguas que con el tiempo dieron lugar al vasco y a alguna otra lengua preindoeuropea sudeuropea hoy perdida, como el ibérico y otras.
- Gracias: Helena
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