La palabra hospitalidad viene del latín hospitalĭtas, hospitalitātis, empleada ya por Cicerón en el s. I a.C. como sinónima de la más antigua hospitium (ley, uso, costumbre o derecho de la hospitalidad) y también con el valor de cualidad o disposición de ánimo acogedora propia de un anfitrión. La palabra se forma con un sufijo de cualidad -itat- sobre el adjetivo hospitalis-e (propio de un anfitrión o un huésped), generado este con un sufijo de relación -alis sobre el vocablo hospes, hospĭtis que significaba en origen anfitrión, señor que da hospitalidad al forastero o extranjero según las viejas leyes de hospitalidad, y después también se aplicó en latín al que recibe acogida y albergue. La palabra latina hospes, hospĭtis se origina en un viejo compuesto de dos raíces indoeuropeas *ghos-(ti)-pot-, una de las cuales es *ghos-ti- (extranjero, huésped) y la otra es *pot(i)- (señor, poderoso), de manera que viene a significar "el señor de forasteros" o "el poderoso protector de extranjeros" (para más detalles y derivados, ver huésped).
La ley de la hospitalidad es un uso característico tanto del mundo romano como del griego, según la cual todo forastero que pide hospitalidad en una casa debe ser acogido en ella, siendo además una obligación religiosa. El huésped o señor de acogida intercambia algún regalo u objeto no perecedero y bien reconocible, generando una fides (lealtad) que se guardará en la familia e incluso se trasmitirá de padres a hijos. Cuando el señor que acoge visite la tierra del forastero, tiene derecho a su vez a ser albergado en casa de aquel al que acogió, y si lo hacen sus hijos, mostrarán el objeto intercambiado a los descendientes de aquel. Es por eso que en la ley de la hospitalidad, anfitriones y albergados son papeles intercambiables y a todos se les acaba llamando hospĭtes (=huéspedes). Estas relaciones son especialmente protegidas por el dios Zeus entre los griegos y Júpiter entre los romanos. El albergador es el garante de la seguridad y el bienestar del acogido, y si algo le ocurre en su casa, su sangre y una terrible miasma religiosa caerá sobre su cabeza. El delito más terrible es matar o agredir a un huésped alojado en la casa de uno.
Este sistema era muy empleado en la antigüedad, sobre todo en épocas muy remotas en que escaseaban posadas o albergues seguros, y muchos comerciantes que necesitaban viajar establecían con otros extensas redes de hospitalidad.
- Gracias: Helena
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