Etimología de HIPOCAUSTO

HIPOCAUSTO

La palabra hipocausto designa a un importante invento de los romanos en arquitectura, y sin embargo tiene un nombre de origen griego. El vocablo viene del latín hypocaustum, préstamo del griego ὑπόκαυστος ("quemado por debajo"), del verbo ὑποκαίω ("hacer un fuego por debajo"). Y es que es eso lo que conocían, y muy esporádicamente copiaron los griegos de otros pueblos: "hacer un fuego por debajo" para calentar una sala o dependencia. Desconocían el verdadero invento que llamamos "hipocausto", y que diseñaron los romanos.

Desde la antigüedad distintos fuegos, hogares con salida de humos, etc., se emplearon para calentarse en las viviendas, edificios o habitáculos variados cuando era necesario por el frío. Quizá es en Hattusa, la capital del reino de los hititas, habitada aproximadamente por hititas (antes por luvitas) entre el 1650 y 1200 a.C., donde la arqueología detecta por primera vez una nueva idea. El lugar está en Asia Menor, en el centro de la fría meseta de Anatolia. Bajo una sala de una dependencia palacial hay un espacio hueco al que se accede desde fuera, protegido su techo especialmente. Allí se enciende un fuego controlado que calienta el techo de esa especie de sotanillo, y por supuesto calienta el suelo de piedra de la sala superior. El calor sube desde el suelo y calienta mejor que cualquier fuego interior esa sala, ya que el aire caliente tiende a ascender y calienta homogéneamente de abajo arriba el habitáculo. Los griegos debieron conocer esta técnica relativamente rudimentaria por contacto con los pueblos de Asia Menor y los persas, y le dan este nombre (un quemado por debajo). Así, tardíamente, encontramos en el s. IV a.C., algunos restos de semejante ingenio (en alguna ruina excavada de alguna vivienda helenística de Asia Menor, y también hay un resto de un hipocausto, o sotanillo inferior para fuego, en las ruinas de Olimpia en Grecia. Pero el sistema no era muy económico: el fuego consumía bastante combustible, siempre bastante abierto a la ventilación y calentaba sólo una estancia o un espacio relativamente pequeño, a partir del cual se podía irradiar algo de calor a otras dependencias que quedaban frías. Además, siempre había cierto riesgo de incendio.

Los romanos parten de esta idea y respetan el término griego, pero desde el siglo III a.C. diseñan con ella algo completamente diferente e innovador, que cada vez van mejorando más: inventan la calefacción central de circuito cerrado que está en la base de todos los sistemas de calefacción central modernos por fluidos en circuitos cerrados, y de la forma más efectiva y económica: calentando desde el suelo. El invento del hipocausto romano consiste en lo siguiente. Se construye un horno, que puede estar en cualquier parte y ya no necesariamente debajo de una edificación (puede estar simplemente adosado). Ese horno está puesto debajo de una cámara de aire estanca al exterior, pero que comunica con el subsuelo en cámara de todo el espacio que se quiera calentar (una casa entera, un gran edificio, etc.). En realidad todo está construido sobre un espacio hueco sustentado por cientos y cientos de columnillas muy juntas de ladrillo refractario, y revestido de ladrillo. Todo comunica con la cámara de aire construida sobre el horno, también de ladrillo refractario, y todo el sistema está bastante sellado y aislado del exterior, y además puede ser todo lo extenso que se quiera. Cuando se enciende el horno, calienta el aire del circuito cerrado que sube a una buena temperatura, que a su vez también calienta toda la estructura de ladrillo (el barro cocido mantiene mucho el calor una vez alcanzado un buen grado de calentamiento, así que para mantenerlo caliente sólo hace falta mantener un mínimo rescoldo en el horno, que se queme lentamente, horno que también está bastante cerrado y actúa como una caldera de calefacción). Este sistema calienta la base de hormigón sobre el que se asientan los pavimentos del edificio, y el calor sube lentamente desde el suelo calentando por igual todas las estancias y todas las zonas de cada pieza. Es el más efectivo y económico que nunca se haya diseñado, y además mantiene cualquier interior libre de humos y olores. También se pueden diseñar zonas más calientes y menos, construyendo más o menos acercadas las columnillas de ladrillo refractario de la cámara del subsuelo (lo cual es muy útil si se quieren tener piscinas de agua caliente, por ejemplo).

Es así como incluso todas las viviendas particulares de gente media o medianamente acomodada, en zonas especialmente frías del imperio (el limes o frontera con Germania, zonas de la Galia o de la meseta norte en Hispania y muchos territorios más), disponen de hipocausto para calefacción central. Pero no sólo eso. El invento permite que desde el s.III a.C. los romanos empiecen a construir en todas las ciudades grandes y pequeñas un innovador servicio: los grandes edificios de baños públicos o termas, servicio semigratuito o con un precio irrisorio que todos pueden utilizar incluso a diario. De proporciones enormes y con capacidad para muchos usuarios, disponen de salas tibias de masaje (tepidarium), salas calientes para abrir los poros y sudar a modo de sauna (caldarium), y un sistema de piscinas de agua caliente, y sucesivas piscinas de agua fría, con una sala fría (frigidarium) para cerrar los poros, una vez terminado el proceso de limpieza. Tienen además instalaciones anexas para la práctica del deporte y a veces hasta bibliotecas. En las grandes ciudades todos los barrios tenían sus termas, y la higiene de la población estaba garantizada hasta en los sectores más bajos. Los ricos, que tenían baños y piscinas privadas en sus viviendas calentadas del mismo modo, también gustaban de acudir a los baños públicos, pues servían para la relación social, para charlar de negocios, política o deportes con los conocidos, mientras se practicaba una relajada higiene tras las ocupaciones del día. En Roma, la capital, muy poblada, había bastantes de estos establecimientos en que la anchura del edificio podía superar los 400 metros y cada una de las múltiples piscinas, de agua diariamente renovada, contener unos 80.000 litros. Las aguas desechadas se canalizaban después en muchos casos para el riego, ya que no contaminaban los campos, al no emplearse productos tóxicos para la limpieza, sino en todo caso aceites naturales de origen vegetal.

Tales servicios se perdieron con la caída del imperio romano. Sin embargo en Castilla la Vieja, la submeseta norte de España, de muy fríos inviernos, conservaron un vago recuerdo de la construcción de hipocaustos, algo más simplificados, y en la Edad Media construían hornos con conducciones de barro cocido bajo una sala o sección de las grandes casas de labor: las llamaron "glorias", así como a la estancia situada sobre ella. De ahí algunos dicen que procede la expresión "estar en la gloria" (y no de una referencia necesaria al cielo o la gloria celestial), por hallarse en el mejor sitio, calentito y a resguardo, en los inviernos inhóspitos.

- Gracias: Helena

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