Latín: LECTURA

LA LECTURA DEL LATÍN

Con una vida tan larga, la lengua latina, que tenía una fonética propia y característica, sufrió alteraciones en su pronunciación a lo largo del tiempo. Así, en la Edad Media, por ejemplo, surgieron las llamadas “pronunciaciones nacionales”, que simplemente consistían en que cada cual tendía a pronunciar el latín según el valor fonético de los signos en la lengua de su territorio. La Iglesia, que hasta nuestros días tiene el latín como lengua oficial, impuso la llamada “pronunciación eclesiástica”, que consiste aproximadamente en pronunciar el latín con las normas fonéticas del italiano.

Pero la fonética clásica del latín fue restaurada en toda su pureza por los humanistas del Renacimiento siguiendo las indicaciones de los gramáticos romanos así como también estudiando todos los juegos de palabras transmitidos en los textos clásicos que se basaban en identificaciones fonéticas. Esta fonética propiamente latina es la que emplean todos los filólogos especialistas.

El alfabeto latino

Se piensa que los fenicios crearon el primer alfabeto. Éste se adaptó en el mundo griego quizás en torno al s. IX A.C.,  con distintas versiones conocidas, de las que la principal es el alfabeto griego clásico o jónico-ático.

Al parecer, los etruscos adaptaron una versión del alfabeto muy antigua que en nada tiene que ver con el jónico-ático, aunque sí tiene aspectos comunes con otras adaptaciones del mundo griego, y posteriormente la trasmitieron a los romanos.

Los romanos llamaban a su alfabeto elementum, lo que sugiere que el orden primitivo de las letras en él pudo ser diferente (l, m, n, ...) y cambiarse con posterioridad por influencia griega. Además elementum pasó a significar “principio o rudimento”, como para nosotros la expresión “el abecé”.

SIGNO Letra griega del
May. Min. VALOR  FONÉTICO EJEMPLO  mismo origen

A

a

/ a / (larga o breve) 

alba

Α

B

b

/ b /

bibere

Β

C

c

/ k /

cera, ciconia

Γ, Κ

D

d

/ d /

donum

Δ

E

e

/e / (larga o breve)

terra

Ε

F

f

/ f /

familia

F (digamma)

G

g

/g/ (ga, gue, gui, go, gu)

gelidus, digitus, sanguis

(innovación latina)

H

h

aspirada en origen, en general muda

habitare

Espíritu griego

I

i

/i / (vocal larga o breve/ consonante )

ignis / iecur, Iuno

Ι

K

k

/ k /

kalendae

K

L

l

/ l /

luna, clarus, bellum

Λ

M

m

/ m /

memoria

M

N

n

/ n /

nota

N

O

o

/ o / (larga o breve)

colonus

O

P

p

/ p /

potare

Π

Q

q

/ku/ (la u siempre suena)

quis, loquor, quattuor

Ϙ  (koppa)

R

r

/ r /

rota, mare, currere

Ρ

S

s

/ s /

sol

Σ

T

t

/ t /

terra, triticum

T

V

u

/u/  (vocal larga o breve/ consonante)

luna / vita , iuvenis

Υ

X

x

/ ks /

complexus, axis

Ξ

Y

y

/ ü / (vocal)

Cyprus

Υ

Z

z

/ ds  sonora/

gaza

Z

 
NOTAS:

  • La “z” y la “y” fueron consideradas letras extranjeras pues representan sonidos que no se dan en las propias palabras latinas, sino en préstamos griegos.

  • El alfabeto latino conservó dos viejos signos que el alfabeto griego clásico desechó: la koppa, que daría lugar a una q en que la u siempre suena formando un grupo consonántico labiovelar (qv) y la digamma que dio lugar a la f.

  • Del alfabeto en cambio habían sido desechados los signos de las aspiradas dado que el etrusco no tenía esos fonemas ni el latín tampoco. Estas aspiradas griegas son la dental aspirada θ, la labial aspirada φ y la gutural aspirada χ. Cuando se tomaban vocablos griegos en préstamo que contenían esas aspiradas, éstas acabaron transcribiéndose así:

            - θ< th      θέατρον   ➳   theatrum   

            - φ < ph      φιλόσοφος   ➳  philosophus

            - χ< ch      χορός   ➳  chorus

La h interpuesta marcaba la aspiración, que sólo se sabía  pronunciar en círculos cultivados (th como nuestra z interdental, ch como nuestra j más o menos). Pero en los medios populares estos sonidos, ajenos del todo a la lengua y siendo además que la h latina, en origen aspirada, en la práctica ya era muda en época clásica, de hecho, la pronunciación se realizaba como la sorda correspondiente (th como t, ch como c que suena k)), excepto en el caso de ph, que se asociaba al sonido familiar de la f, y así ph sonó como f.

  • Hay que recordar que la “u” de la q, así como una “u” situada tras una g y antes de vocal, se leen siempre (quis, sanguis).

  • La “i” y la “u” son consonantes cuando tienen contacto exclusivo con vocales. Por una reforma producida en el s. XVI, solemos anotar la “u” consonántica con la grafía “v”.

            Ej. luna   --- navis

La i consonántica suena parecida a la y griega del castellano, aunque algo menos palatal. La u consonántica (escrita modernamente como v) es más parecida a una u que a una v, en realidad en clásico sonaba de modo semejante a la w inglesa, aunque algo más suave. Es decir que navis y vita, sonaban parecido a “nawis” y “wita”.

  • En latín clásico sólo hay tres diptongos: ae, oe y au. En estos tres diptongos los dos elementos vocálicos suenan separados (ae y oe no se pronuncian e, como hacen los eclesíasticos, suenan ae y oe), sólo que al ser diptongos las dos vocales deben sonar muy juntas, en un solo golpe de voz. Las demás agrupaciones de vocales no son diptongo en latín y por tanto sus vocales han de sonar bien separadas, en dos golpes de voz, constituyendo sílabas distintas.

    Ej: Una palabra como poena tiene dos sílabas, porque oe es diptongo: poe-na

         Una palabra como venia tiene tres sílabas, porque ia no es diptongo: ve-ni-a

  • La ele puede ser simple o geminada (ll), como por ejemplo en bellum, pero una l geminada es una doble ele, que mantiene una tensión de pronunciación más larga, nunca suena como elle, que no existe en latín.

Las vocales

En Latín, como en otras lenguas indoeuropeas antiguas, existe la cantidad vocálica: una vocal puede ser larga o breve. Así pues, las vocales en realidad son diez y no cinco, pues hay dos series vocálicas:

                      Largas: ā, ē, ī, ō, ū                                       Breves: ă, ĕ, ĭ, ŏ, ŭ

Los romanos y antiguos hablantes del latín las distinguían muy bien sin necesidad además de anotar el trazo horizontal o el semicírculo sobre la vocal, que sólo empleamos cuando tenemos interés especial en resaltar la cantidad de esa vocal. Nosotros en general hemos perdido al oído esa capacidad por ser un rasgo extraño a la mayoría de nuestras lenguas.

El hecho de que se trata de fonemas diferentes lo prueba el que un simple cambio en la cantidad de una vocal hace que una palabra sea diferente, y su significado distinto.

            Ej.     lepōres = “encantos”     /   lepŏres = “liebres”
       

Como se ha dicho, las combinaciones de vocales que se pronuncian en una sola emisión de voz se llaman diptongos y constituyen una sola sílaba. Hay que insistir en que en latín clásico, propiamente solo existen tres: au , ae  y oe. Todas las demás combinaciones de vocales no son diptongo.

            Ej. tau-rus               poe-na               lae-tus

 

La acentuación

En latín no existe la tilde para marcar la acentuación, pero es bastante fácil, pues las palabras sólo pueden ser llanas o esdrújulas. No existen las palabras agudas. La cantidad de las vocales es precisamente el factor que más influye en los fenómenos de acentuación.

  1. Cuando una palabra es bisílaba, necesariamente es llana (pues no existen las agudas)
    Ej. pastor, manus, amor, rosae
  2. Cuando una palabra tiene más de dos sílabas, puede ser llana o esdrújula. Esto depende de lo que llamamos “la ley de la penúltima sílaba”
    •  Si la penúltima sílaba es larga (=contiene vocal larga o diptongo), sobre ella recae el acento y la palabra es llana:
       Ej.     lepōres (“encantos”), sagītta (“flecha”)
    • Si la penúltima sílaba es breve (=contiene vocal breve), el acento recae sobre la anterior o antepenúltima y la palabra es esdrújula:
      lepŏres (“liebres”),  lacrĭma (“lágrima”), parvŭlus (“pequeñito”)

Como los signos de larga o breve no se usan habitualmente, lo mejor es saber el suficiente latín como para conocer cómo son esas vocales, pero para el no experto en ciertos casos es fácil conocer la cantidad práctica de la vocal de la penúltima sílaba para ubicar bien el acento. Son los siguientes:

  • Aunque por naturaleza fuera breve, queda alargada la vocal que va seguida de dos consonantes o de un signo consonántico doble (como la x):
    Ej.   amplēxus, constāntes, sagītta
  • Queda abreviada la vocal que va seguida de otra, sin formar diptongo con ella:
    Ej.   parĭes (pa-rĭ-es),  familĭa (fa-mi-lĭ-a)
  • Un diptongo equivale siempre a una vocal de cantidad larga:
    Ej.  ināūres (in- āū –res)

Y de todos modos no es muy difícil colocar bien el acento al leer si tomamos como referencia la lengua romance resultante, pues la posición del acento se ha conservado en general en las lenguas romances. Por ejemplo, si vemos en latín la palabra lacrima, aunque no sepamos la cantidad de la penúltima vocal, podemos suponer sin error que es esdrújula, puesto que lágrima en castellano lo es. , De todos modos, no te será muy difícil colocar bien el acento al leer, pues la posición del acento se ha conservado bastante bien en las lenguas romances y la reconocerás.

Incluso nuestras palabras agudas, que no existían en latín como tales, han conservado el acento en el lugar en que lo tenían, lo que sucede es que siendo llanas en latín, perdieron, al pasar al castellano, no sólo la –m del acusativo, sino también una –e breve que la precedía, perdiendo así una sílaba.

   Ej.  amōr(em) > amor,  leōn(em) > león.


NOTA ACLARATORIA: 

Hay que hacer notar que esto es una breve síntesis en que nos estamos refiriendo a la fonética clásica del latín. Es obvio que al expandirse la lengua latina a tan amplios territorios en un espacio de habla tan extenso y variopinto, especialmente a través de la epigrafía popular, detectamos en el Imperio Romano diversas variantes y ciertos dialectalismos fonéticos del habla popular según zonas, y a veces incluso realizaciones fonéticas puntuales en diversos lugares que muestran algunas de las tendencias en la pronunciación que a partir del Bajo Imperio arraigan desarrollándose en diversas lenguas romances.

Agradecimiento:

  1. Esta página fue contribuida por: Elena Pingarrón Seco (contribuidora de Etimologías de Chile bajo el seudónimo Helena). Es un extracto de algo que forma parte de su libro Étimos Latinos. Monemas básicos del léxico científico. Editorial Octaedro, Barcelona, 1998.

 


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