Etimología de VISERA

VISERA

De acuerdo en que el lexema provenga de visum y este del verbo ver latino, pero mejor decir que el morfema -era indica aquí "lo que tapa o cubre" y no "perteneciente a". Del mismo modo que tapadera indica aquello que tapa y no lo perteneciente al tapón (la tapadera es ya en sí un tapón). La mosquitera es lo que obstaculiza la entrada de los mosquitos, no lo perteneciente a los mosquitos; como la cafetera es aquel objeto que contiene y encierra en su interior el café. La rodillera, la muñequera y la tobillera protegen y cubren, respectivamente, la rodilla, la muñeca y el tobillo.

La palabra visera tiene que ver, sí, con visum, pero no en el sentido de visto u ojos, sino de cara, rostro, evolución posterior del participio irregular del verbo ver latino.

Del francés antiguo visiere, derivado de vis (= viso: rostro, cara y, por extensión, apariencia).

Il viso (it. el rostro), le visage (fr. idem) y el universal vis à vis francés, para el cara a cara.

De la tercera entrada del DLE en visera deriva la primera, y no viceversa:

3. Parte del yelmo que cubría y protegía el rostro, unida por lo común a dos botones laterales para alzarla y bajarla, y con agujeros o hendiduras para ver.

De esta se llega a la primera:

1. Ala que tienen por delante las gorras y otras prendas semejantes, para resguardar el rostro.

La antepenúltima palabra de esta entrada, resguardar (proteger, amparar), tiene las mismas deudas etimológicas con el campo semántico de lo visual (guardare, it. ver; regarder, fr. ver).

Más etimológicamente coherente la enciclopedia Treccani respecto al DLE, da como primera entrada: "Parte del yelmo que cubría..." y se reserva "breve ala de la gorra..." para la entrada 2b.

Esta visera, como parte del yelmo que cubría y protegía el rostro, pasa a ser más conocida en el siglo XVII con el nombre de celada, (del latín cellare, esconder), en cuanto cubría la cara del caballero, la resguardaba. Cervantes la pluriemplea al inicio de su obra para narrar cómo Don Quijote, tras haber intentado arreglar tres veces su celada y no haberlo conseguido, a la tercera la dio por buena, así, como estaba, (Hacedlas cual las queréis o queredlas cual las hacéis, decía Sor Juana Inés de la Cruz). Don Quijote, viendo que no era capaz de arreglar aquella celada/visera, al tercer intento la dio por buena, tal y como estaba. Deslumbrante prueba de su no locura. Aunque a través de las hendiduras de la misma, se dejara servir un caldo, con una caña, en la primera venta a la que llegó.

Y de este participio visum, referido a lo visto, se llega a la cara, a la apariencia y a la percepción subjetiva del otro:

francés antiguo: avis, derivado de la locución ce m'est à vis che… y el latín vulgar: mihi est visum per… del latín clásico: mihi videtur = me parece.

Todavía hoy se dice en francés à mon avis y en italiano a mio avviso, para decir según yo, según mi parecer; todo en base a cuanto visto en el sujeto o la situación que nos queda en frente.

El desplazamiento semántico es, pues, el siguiente: visum = lo visto; viso = cara; cara = apariencia.

La visera nace en el segundo estadio, relacionada con la cara y no con la vista o los ojos.

La relación entre esta última, la cara, y la apariencia general está más que registrada en las lenguas modernas. Más allá de lo de "la cara es el espejo del alma", encontramos que:

Tal vez la nota más curiosa de esta visera/celada, referida al trozo de armadura que cubría el semblante, unida por lo común a dos botones laterales para alzarla y bajarla (DRAE), es que ha originado un gesto convencional usado y repetido en todo el planeta, en ámbito militar.

Cuando dos soldados se cruzan y alzan la mano hasta la sien, con la palma de la mano extendida y el dorso hacia arriba, simplemente están emulando el gesto medieval de dos caballeros que, cruzándose, alzaban la visera o celada gracias a uno de sus dos botones laterales.

Alzarse la visera, entonces, tenía el valor de presentar el rostro al interlocutor (propio o ajeno que fuese), para reconocerse mutuamente; era, además, gesto implícito de no acometer enseguida. Caballero que acomete se baja la visera, no se la sube. Visera bajada y lanza en ristre son señales de acometida. Visera alzada y lanza en vertical, apoyada en el suelo, lo contrario.

Así como el saludo militar va acompañado, arma mediando, de culata de fusil en el suelo.

Nace asimismo el apretón de manos de la mutua declaración simultánea de no desenvainar la propia espada. Curioso que hasta hoy perduren ambos gestos, por culpa de espadas y viseras.

Lo de las viseras de gorrillas de ciclistas y porteros de fútbol nos vino luego, con más recientes destellos solares.

Cabe decir, por último, que las declaraciones de respeto no constituyen universales socio-lingüísticos o gestuales, desde el punto de vista antropológico.

De las tres grandes religiones monoteístas que existen en nuestros días, los miembros de una se cubren la cabeza para entrar en la iglesia; los miembros de la otra se quitan sistemáticamente el sombrero cuando entran en el lugar de culto; los terceros se quitan los zapatos para no ultrajar el suelo sagrado. Todos ellos a Dios rogando.

Si, en señal de respeto, adoración o subordinación, dices Chapeau!, en todo el planeta te entienden.

A ti te toca descifrar, según el caso o el paralelo en que te encuentras, si bajar o subir la visera, quitar o poner el sombrero, quedarte o no en calcetines.

- Gracias: Rafael Martínez Rubio.




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