La palabra discernimiento que designa a la capacidad y el efecto de distinguir con el raciocinio bien las cosas, se forma con el sufijo latino -mentum (medio o instrumento, -mento o -miento en castellano) sobre el verbo discernir, que viene del latín discernere (distinguir, separar, dividir las cosas separándolas, decidir, en origen, cribar algo separando lo uno de lo otro), verbo que se forma con el prefijo dis-(separación por distintas vías) y el verbo cernere (cribar, separar). Del verbo latino cernere proceden también las palabras cerner o cernir, cierto, acertar, cerciorar, certificar, decretar, excretar y secreto. Se formó este verbo a partir de una raíz indoeuropea *skribh-(cortar, separar, distinguir), que también dio en latín:
- Gracias: Helena
Podemos hacer la radicación de la palabra discriminación de esta manera:
Me parece interesante recoger el comentario de un visitante que nos señala cómo el uso de discriminar suplantando a marginar ha limitado absolutamente el verdadero sentido de un vocablo de profunda significación en el terreno de lo intelectivo y en el terreno ético o moral. Y personalmente estoy básicamente de acuerdo con él. Seguramente, como él indica, se trata de la imposición y generalización de una limitada acepción inglesa de to discriminate, sobre nuestro rico cultismo discriminar y su derivado latino discriminación. Pero yo creo que en ello han actuado fuertes factores sociológicos. Lo que efectivamente podemos constatar es lo siguiente. Discriminar aparece en el corpus de nuestros diccionarios académicos con el significado de "separar, distinguir o diferenciar una cosa de otra", definición que se mantiene por lo menos hasta 1992. En la edición del DRAE de 1970 se le añade una segunda acepción: "Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.". Esta acepción, incluso influye tanto sobre la otra que actualmente el DRAE ha sustituido la primera de "separar, distinguir o diferenciar una cosa de otra", por "seleccionar excluyendo", introduciendo la idea de exclusión como inherente a la definición, cuando ésta realmente sería un segundo acto en todo caso consecuente de la discriminación.
Porque discriminar es una bella palabra que, pese a quien pese y especialmente a los señores de la RAE sigue teniendo en campos filosóficos e incluso judiciales (aunque en el vulgo casi lo haya perdido) su prístino valor de punto álgido de un acto selectivo del discernimiento que distingue y separa lo uno de lo otro, como imprescindible acto previo a toda toma de ulteriores decisiones excluyentes o no sobre los hechos a juzgar. Y esto es así porque se forma sobre discrimen, vocablo que en origen no significa más que el punto decisivo en que una mente separa por múltiples vías (dis-) un conjunto que es o debe ser objeto de juicio, distinción y separación (crimen, relacionado con cribar). Es por eso que discrimen también llega a asumir el valor de posición crítica, momento en que se trata de decidir, línea o punto de demarcación, diferencia o distinción. Y ese es su único valor.
Pero el lenguaje se ve afectado por multitud de cuestiones sociológicas y esa limitada acepción negativa de discriminar, sea o no un anglicismo, es un claro ejemplo de ello que merece la pena analizar y que es una muestra de lo que yo personalmente llamaría "la caricatura política", o el "reduccionismo simplista" de carácter político. A nadie se le escapa que en política nuestras sociedades modernas se dividen básicamente en izquierdas y derechas. Y hay dos principios que en general cualquier mente pensante valora considerablemente: uno es la libertad, de la que todos deseamos las máximas dosis, siempre que razonablemente esté limitada por la no agresión a la libertad del otro o al abuso de nuestras libres capacidades machacando las opciones del más débil para ejercerla. El otro es la igualdad, una igualdad de partida que garantice a los seres humanos que su origen, grupo o clase de extracción no va a limitar sus posibilidades de una digna posición en sociedad y que evite notorias marginaciones. Y son principios de un difícil y delicado equilibrio porque llevados a sus extremos pueden llegar a ser excluyentes, en vez de deseablemente complementarios. Así verán que en general para las derechas el principio supremo es la libertad, mientras para las izquierdas lo es el de la igualdad (se trata de un tópico histórico muy viejo, fíjense que aunque no sería muy correcto aplicar el concepto actual de derechas e izquierdas a esa época, era el mismo dilema que produjo el asesinato de Julio César). Cuando estas posiciones se llevan a sus más absurdos extremos realmente los seres humanos pueden llegar a justificar, desde sistemas políticos apenas reglados donde domine la suprema libertad de una "ley de la selva", hasta sistemas demasiado tiránicos donde la teórica igualdad absoluta propugne una sociedad de clones acríticos, idénticos en sus posibilidades y en su función social.
Pues bien, en el caso que nos ocupa, parece obvio que el sentido aplastante de discriminar y discriminación como "marginar o dar trato de inferioridad", es una imposición o el resultado de un fuerte influjo del lenguaje de lo políticamente correcto de las izquierdas. Muchas veces un extremismo obnubilado por el supremo principio de igualdad, lo que hace es condenar a priori todo lo que realmente signifique distinguir, separar o diferenciar, dotándolo de una carga necesariamente negativa, y esto es lo que ha sucedido con el vocablo discriminar. Se trata de algo absurdo, de una confusión de dos cosas completamente diferentes, porque los seres humanos somos distintos y tenemos derecho a vivir cada cual con su distinción, siendo lo único evitable que esa distinción o diferencia genere marginación o desigualdad de oportunidades (yo por ejemplo quiero ser discriminada como mujer con mis peculiaridades por ser mujer, concebida y distinguida como mujer que es algo tan digno como ser varón, lo que no quiero de ningún modo es ser marginada por ser mujer). Pero además debemos discriminar lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo racional de lo irracional, etc., dentro de unos parámetros razonables y consensuadamente asumidos, y como segunda operación, si procede, excluir lo dañino o negativo.
Así que en principio estoy de acuerdo con este comentarista visitante que dice para el caso de discriminar: "este aspecto vital de la función cognitiva ha sido "extirpado" del lenguaje y por tanto, del pensamiento y mundo consciente colectivo" y "su supresión del lenguaje es una "lobotomia" colectiva". Sí señor, seguimos necesitando la acepción prístina de discriminar como distinguir y separar por efecto de un supremo y culminante acto intelectivo de discernimiento: es verdad que no tenemos ningún otro verbo que recoja tan exactamente ese concepto y se echa de menos este que ha generado un vacío. Pero por otro lado le diría que muchas veces el propio lenguaje "se venga" de tamañas desviaciones o forzadas especializaciones. Y algunos se han dado cuenta de que ellos también proponen "discriminaciones" sobre otros en sentido de "marginaciones" por el hecho de otorgar o defender vías de ventaja a algunos, en cierto modo "compensatorias" de posibles desigualdades de partida presentes o pasadas. Y entonces ya se considera buena la "discriminación" o ciertas formas de discriminación y se ven totalmente forzados a compensar la carga negativa dada al vocablo, lo que hacen adjetivando y acuñando así la expresión "discriminación positiva". Si lo piensa, es hasta divertido observar estos embrollos léxicos.
- Gracias: Helena
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