Expresiones: Discutir por una jota

Discutir por una jota

Una expresión que sigue circulando y que nunca ha caído en desuso, porque raramente sobran los motivos para discutir por acá y acullá y porque, a pesar de todo, por fortuna casi siempre acaba mediando alguna buena ánima que intenta restarle importancia al asunto haciendo notar la nimiedad del mismo. Sabido es su significado de "discutir por una cuestión insignificante, de poca o escasa importancia, por una pequeñez", a pesar de que, como veremos, cela y deja tras de sí nada más y nada menos que la discusión más acalorada de la historia del catolicismo. Y es que, aunque sea claro a todos su significado y el DRAE recoja que "una jota. 1. loc. adv. coloq. Muy poco o nada.", es un error común creer que el origen de la expresión sea tan descontado.

Es cierto que decimos "no sabe ni jota" (cfr. "jota", edchile) porque la ἰῶτα era la letra más pequeña y la más simple del alfabeto hebreo y griego, pero en el caso de la expresión que nos ocupa no se trata de una banal metáfora sino de la cristalización verbal, desde hace ya diecisiete siglos, de una paranomasia griega en el seno de una famosísima controversia. El sentido de la iota en la frase es literal y nada tiene que ver con su modesto trazado.

Como bien explica Helena en "discusiones bizantinas", en el 325 tuvo lugar el Concilio de Nicea durante el imperio de Constantino, en el que se discutió oficialmente por primera vez sobre las cuestiones sustanciales del credo católico, a saber: evangelios canónicos y apócrifos, la fecha de la Pascua y, con especial énfasis, sobre la naturaleza y relación de Cristo y Dios, entre muchas otras. Ni que decir tiene que la lengua usada era el latín, pero los textos sobre los que se discutía estaban escritos mayormente en griego. La Vulgata de Jerónimo de Estridón llegará solo 57 años más tarde, a petición de Dámaso I. La discusión más encendida que habría de recogerse en las sagradas escrituras versaba sobre si Cristo era Dios, es decir igual a Dios, la misma entidad, o si por el contrario había sido engendrado o generado por Él, de similar naturaleza pero no idéntica.

Sin el menor ánimo de quitarle importancia a tales transcententales ontologías, por las cuales es cierto que se "armó la de Dios es Cristo", lo que los acalorados dispuntantes estaban haciendo no era ni más ni menos que discutir por una jota ( ἰῶτα ), visto que la disquisición versaba sobre si Cristo era similar a Dios (engendrado por Él) o igual a Dios (la misma persona), y esa diferencia estriba en griego clásico en esa misma letra:

  • μός (homos): igual, idéntico (de donde derivan "homosexual, homogéneo, homófono...");
  • μо ι оς (homo I os): similar, semejante, parecido (pero no igual).

Esto fue, pues, lo que ocurrió. Ni más ni menos. No es difícil imaginar el cuadro de los enardecidos asistentes en medio de una acaloradísima discusión latina, gritando los unos: «¡Homos!» en griego y los otros respondiendo ¡No, no, «Homoios»!, intentando liquidar la cuestión más importante de la cristianidad a golpes de iota sí - iota no; porque era eso por lo que se discutía en resumidas cuentas, por una jota. Y "despetalando iotas" hete aquí que se impuso el ὁμός y la Santísima Trinidad.

En este sentido no es justo entender la expresión "discutir por una jota" simplemente como: "discutir por una pequeñez o algo insignificante", sino más bien algo así como: "discutir por una cuestión aparentemente insignificante pero que esconde tras de sí motivos suficientes que justifican la discusión". Es esta última interpretación la que realmente recoge el origen de la frase que aún hoy utilizamos y que nació a partir de Nicea.

Y es que las letras van pesadas y contadas. Creo que fue Bernard Shaw quien dijo aquello de que hay que tener cuidado con las erratas, porque una errata en un libro de medicina puede matarnos. La siguiente fantasiosa anécdota hace al caso para ilustrar otro modo de cómo puede "armarse la de Dios es Cristo" por culpa de alguna que otra iota. Sobra decir que para escribirla me inspiré hace ya bastantes años en el citado aforismo de B. Shaw y en lo ocurrido en el Concilio de Nicea.

"Lapsus cordis"

(Distracciones del corazón)

Dios lo tenga en su gloria. Si goza de su compañía, después de lo que hizo. Porque un solo error cometió mi tío en vida suya, para que costase la de muchos.

Fue el caso que este mi tío, escritor y a la postre cocinero (que todo es uno), quiso pasar en sus comienzos del noble oficio de las letras al no menos deleitoso de la gastronomía, porque nunca pudo hacerse el cuerpo a prescindir de la propina, por mínima que fuera: tanta era su estima de la gratitud y del reconocimiento ajenos. En el justo medio se quedó, como escritor gastronómico, y escribiendo platos y adobando libros se convirtió en un auténtico especialista de exquisito gusto. Hasta que ocurrió lo que ocurrió.

Fue de suerte que estando ocupado en la preparación de un libro sobre setas, sentado al ordenador como solía (y como yo ahora), escribía el siguiente párrafo:

"La ingestión del singular tipo de seta «Sikomis moris» es totalmente in..."

Momento en el que se oyó un contundente y repentino ruido, parecido a nada de lo que comúnmente puede oírse. El caso es que se le paró el corazón, el de la mano quiero decir, se le detuvo el dedo medio, y en lugar de escribir in I cua, como debiera, escribió in O cua, con lo cual el texto resultante fue:

"La ingestión del singular tipo de seta «Sikomis moris» es totalmente inocua para la salud".

Y así fue como quedó impreso en la página del libro en que trabajaba, que, aunque solía mi tío hacer numerosos actos de fe, ninguno era de erratas, confiado como estaba en su habitual buen tino; y mal pudiese bien que quisiera, pues nunca se percató del lapsus. La fatalidad se alió con el descuido porque, como todo el mundo sabe, en cualquier teclado la i y la o son contiguas, de modo que apenas un centímetro las separa. La mala fortuna fue que no solo se le paró el corazón -de la mano siempre-, sino que el dedo anular -lejos de anularse- se apresuró hacia la o, quedando el periodo como ya citado.

No fuera lo hasta aquí relatado anécdota ni suceso sin la publicación del libro, que para su buena y mala suerte fue todo un best-seller en el norte y centro de Sudamérica, además de en algunos Países Bajos, muy del gusto del de mi tío.

Pero la guinda la puso un gran capitán, en el hotel del mismo nombre, en Córdoba, que con motivo de una celebración de las muchas que organizaba se empeñó en solicitar la inclusión de un refinadísimo plato de setas, al fin de sorprender a los distinguidos comensales, como efectivamente hizo. El chef del hotel, abriendo el libro de mi tío por la página trece, seleccionó un plato exquisito a base de «sikomis moris», irresistiblemente suculento -como todos los venenos- y cuya ingestión era "totalmente inocua para la salud", según el lapsus de mi amado tío.

El impacto fue mortal, todos con la boca abierta: doscientos platos vacíos, doscientos estómagos llenos, doscientos muertos, incluidos el gran capitán y el nieto de un conocidísimo exministro, cuyo nombre no citaré porque así me lo ha pedido él mismo (el ex, el nieto está muerto).

El suceso fue sonado y todos los ejemplares del maldito libro quemados, que el pánico suscitado por el micológico y mitológico episodio les denegó el indulto y la corrección. Tampoco lo tuvo mi tío, pues apenas conoció lo acaecido se le paró el corazón, el de lo íntimo del pecho esta vez, resultando ser indirectamente la víctima doscientos uno de la vulgar seta satánica.

Nunca he ido al cementerio a visitar la tumba, porque mi vivo ego me impide entrar en alguno si no es como protagonista, pero un pariente cercano me ha confiado que en la tierra que cubre la sepultura hay un extraña hilera de algo que bien podrían parecer setas o algo del estilo de ellas, dispuestas más o menos en forma de una i curvada, según algunos, en forma de o, según afirman otros. Baciyelmo sea.

Yo no digo más, que ya bastante he dicho; aparte de que para desconfiar me basta y sobra el hecho de ser pariente quien me lo dijo y además cercano.

No le concedieron epitafio, porque cada cual sugería un insulto y no cerraban ningún acuerdo. Nada más de aquello sé, sino que se rumorea que en uno de los muros del cementerio que lindan con su sepultura apareció una pintada verde que reza

"Cuando el corazón se anula
  la palabra mal circula".

Dios lo tenga en su gloria.

Nota: no por hacer provincialismo (también hablé de mi ciudad en las entradas "gafas" y "boñiga") pero el Concilio de Nicea, primer concilio ecuménico de la Iglesia Católica, fue presidido por uno de Córdoba, el obispo Osio, papa y confesor y brazo derecho de Constantino. Aunque no está demostrado, parece ser que fue el que lo bautizó en el lecho de muerte. En Córdoba una calle y un instituto público llevan su nombre. Nunca sabremos si era de los que gritaban "homo" u "homoi".

También Las Ketchup son de Córdoba, pero para citarlas debería proponer o comentar la entrada "aserejé" en este diccionario. Dudo mucho de que valga la pena.

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-Gracias: Rafael Martínez Rubio

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